Yo era un muñeco de arena.
Los académicos dibujaban sobre mí sus proporciones áureas. El viento las borraba. Ellos insistían con sus dedos, rodeando el error, reduciendo el error.
Yo empequeñecía rodeado por miradas reprobatorias, nostálgico, inmóvil, anhelando el mar, cada vez más cerca de la Verdad.
Al fin, alguien escarbó en mi pecho hasta construir el agujero.
A través de él, la ciudad se veía un poco más grande, más desnuda.
Por ahí cruzaron los niños a la playa, atravesándome como un puente.




