sábado, 9 de abril de 2011

ARENA


          
 
           Yo era un muñeco de arena.
            Los académicos dibujaban sobre mí sus proporciones áureas. El viento las borraba. Ellos insistían con sus dedos, rodeando el error, reduciendo el error.
            Yo empequeñecía rodeado por miradas reprobatorias, nostálgico, inmóvil, anhelando el mar, cada vez más cerca de la Verdad.
            Al fin, alguien escarbó en mi pecho hasta construir el agujero.
            A través de él, la ciudad se veía un poco más grande, más desnuda.
            Por ahí cruzaron los niños a la playa, atravesándome como un puente.

CAMINO

      
         Yo era un pez abisal.
            Me hundí con mi palabra.
            Mi palabra crecía hacia abajo, silenciosa, como un foco que cae.
            No podía verla, sólo nadar a su encuentro, hacia la fría espesura, sin notar cómo aún más se encendía bajo la presión de las últimas napas.
            Ahí, donde la idea de espacio se vuelve difícil, fui un sol de torpe contorno, di mi palabra y esperé.

FRÍO


             
           
           Equivoqué el camino.
            Así, durante largo tiempo, sin saberlo, fui un mosquito que volaba hacia el Sur.
            Aplicadamente, libremente, agité sin término el élitro bajo mis alas, hacia afuera, siempre, cada vez más lejos del sosiego de los cuerpos.
            La sed era profunda, pero yo creía.
            Grandes espacios lavándose a la espera de un sol final, pulidos por un viento que adormecía los termómetros. Supe mi error.
            Pero volé en concordancia.
            Blanca y horizontal era la belleza. Me perdí en ella, viéndola caer de las cimas que pisotearon los grandes pájaros.

viernes, 8 de abril de 2011

SOMBRA




           
       Fui una sombra chinesca.
            Se necesitaron dos manos para hacerme, sobre lo blanco, atravesar paredes, rincones expuestos, suelos abrasados por un sol profundo. Pero nadie me veía.
            Se necesitaron dos manos,  por eso fui sólo una. Afuera, más afuera, en busca de un testigo, siempre.
            Intermitente viajé entre el infinito y el cero, torpe e inconclusa, creyéndome libre.
            Fui  y no fui.
            Me perdí en la oscuridad.
            Duré lo que dura el silencio.

VÓRTICE




Dios era un enorme agujero por donde se perdía la última calle de esta ciudad.
Volaban y venían de él algunas palabras mías y de los otros, semejantes a mosquitos que entran y salen por una ventana abierta.
Yo era una rata.
Hojarasca, bolsas de nylon, afiches borrados, agua de las terrazas.
–No estoy solo – me decía –. No estoy solo.
Flotaba hacia él. Parado sobre un trozo de cartón, seguía a un barco de papel blanco iluminado por la luna.